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Introducción a la música de Gerhard
(Calum MacDonald)

Roberto Gerhard finalizó su carrera en la misma vanguardia del modernismo musical, componiendo durante sus últimos 15 años diversas partituras de brillante inventiva en cuanto a su textura, y casi ‘varesianas’ por la rocosa austeridad de su expresión. (La última de éstas fue Metamorphoses, una profunda revisión de su Segunda sinfonía, la cual representa de por sí una creación independiente.) El innegable poder de estas obras – y la atmósfera que envuelve automáticamente a cualquier discípulo talentoso de Schoenberg – tienden a dominar todo debate sobre la producción musical de Gerhard.

Pero antes de iniciar sus estudios con Schoenberg, Gerhard había sido discípulo de Granados y de Pedrell (a quien dedicó su Pedrelliana); así que no resulta nada paradójico que, incluso muchos años después de sus estancias en Viena y Berlín, la música de Gerhard continuara ostentando reconocibles elementos de la tradición ‘nacionalista española’ – o, más concretamente, de las tradiciones de su Cataluña natal. Partituras tan llenas de color, tan bailables, tan infundidas de su folklore, como la Cantata de 1932 o la Albada, interludi i dansa, difícilmente se acomodan a ninguna teoría de un modernismo que evoluciona. A pesar de ello la ampliada experiencia conseguida por Gerhard le permitió aportar a tales obras una disciplina nada común en su composición, así como descubrir nuevos fondos de cromaticismo organizado (explorados ya en Haiku y Wind Quintet) que engrandecieron el arquetipo ‘folklórico’ para convertirlo en una música de verdadera significación universal. Las principales afirmaciones de esta síntesis en forma de composiciones musicales son el ballet Don Quixote y la ópera The Duenna. (De entre los felices enlaces que abundan en esta última el más impresionante es sin duda la unión natural de la música popular española con la métrica inglesa.) Pero Gerhard tampoco observó incongruencia alguna en componer además relajadas diversiones como Alegrías y Cancionero de Pedrell. En conjunto, el resultado fue un logro musical comparable al conseguido por Bartók en Hungría, aunque realizado de manera diferente.

La verdad es que Gerhard nunca renunció totalmente a su patrimonio catalán, el cual permaneció inspirando su extravagante sentido del color e incluso proporcionándole elementos melódicos muy específicos hasta en sus últimas partituras. Sin embargo, los conciertos para violín, piano y clavicordio van trazando su superación de los aspectos más anecdóticos de ese patrimonio hacia un lenguaje más flexible y radicalizado. El primer resultado importante de tal perfeccionamiento fue la Primera sinfonía oficial, una de las creaciones más poderosas de Gerhard, consolidándose en las partituras para orquesta y de cámara que la siguieron, como el Nonet. Estas obras ilustran, en grado sorprendente, la unión del rigor serial postschoenberguiano del compositor con su libreevolvente y aparentemente improvisada fantasía: el ideal debussiano de la música como un ‘arabesco infinito’. Y hasta en sus momentos más radicales y resolutos las composiciones de Gerhard están imbuídas del calor y del brillo del Mediterráneo, de una perspectiva tenebrosa y de un humor lacónico, que nos hablan de las raíces más profundas de su creador.

Calum MacDonald, mayo 1991

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